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Perder a un Maestro

Perder a un Maestro.


Si uno piensa en quienes han sido verdaderamente maestros en su vida, la respuesta es siempre una o dos personas, si has tenido suerte.


Javier Seguí de la Riva, más que un maestro para mi fue un encuentro, un verdadero encontrar-se.

Deambulaba con una tesis a medio hacer, sin director, como pollo sin cabeza, sin encontrar lugar. Hasta que la deriva - marea, casualidad o azar objetivo - me llevó a su despacho.

En nuestro primer encuentro conversamos dos horas. Bueno, él habló mientras yo escuchaba perpleja. No podía creer el nivel de afinidad con la que me resonaban sus palabras, mezclado con cómo me ardía el cerebro al intentar seguir el ritmo de todo el universo de referencias que construían su discurso.

Era como estar presente ante la biblioteca de Alejandría, versión antropomorfa - si, Javier era posiblemente el ser humano que más libros ha leído en vida -.


Durante años yo, como muchos otros, no pudimos separarnos de su despacho. El ochenta por ciento de las veces solo íbamos a pasar el tiempo con él, disfrutar de que nos contara sobre su última lectura, salir de allí con un taco infinito de sus escritos; y a veces, si teníamos suerte, con uno de sus maravillosos dibujos.

Javier era una de esas personas, de las que guardabas hasta la recomendación de un libro porque su trazo era en sí mismo algo a atesorar.


Manuscrito de Javier Seguí de la Riva
Manuscrito de Javier Seguí de la Riva

Con él - y todos los que le rodeaban - planeamos rebeldías, contras, extrañamientos y comunidades filosóficas para sobrevivir al a veces desaliento que provoca el corsé de la docencia reglada.

De este hálito y sus escritos nace mi primer título de tesis, Espacios ingobernables, que reclamo hoy más que nunca como el original.

Y para mí este es su legado, la comunidad que él creó y que ahora nos conecta desde una repentina y dolorosa ausencia.


La última vez que hablamos le recordé esta foto que le había realizado en 2012. Bromeé diciéndole que le había retratado como Prometeo robando el fuego de la sabiduría a los dioses y entregándoselo a los alumnos. Pero no era una broma, así lo hizo.



Hoy muchos hemos perdido un amigo, un Prometeo, un punto de referencia, un verdadero Maestro.


A ti Javier,

Te echamos ya infinitamente de menos.


Javier Seguí de la Riva (1940-2021)

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